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Matamba, no Layos: la historia de una mujer negra que se negó a borrar su linaje

A finales del siglo XVIII, en la ribera del Alto Magdalena, una mujer liberta afrodescendiente hizo temblar las normas coloniales con un acto de insurgencia legal y simbólica. En un documento oficial, Ana María Matamba —hasta entonces registrada bajo el apellido de su antiguo esclavista— decidió borrar esa marca de sometimiento y reivindicar su verdadero linaje: Matamba, nombre de un reino africano que evocaba resistencia y memoria ancestral.

Este gesto, tan sencillo en apariencia, desafió el poder de la jerarquía esclavista y reclamó un derecho fundamental: el de conservar la propia identidad.

Ana María nació hacia 1705 o 1710 en la hacienda Periquitos, una propiedad ganadera ubicada en la jurisdicción de la Villa de Honda —hoy municipio de Honda, Tolima— sobre la margen oriental del río Magdalena, en lo que entonces se conocía como el Alto Magdalena. Hoy, el terreno donde estuvo esa hacienda forma parte de la actual vereda Perico. Su padre había sido un hombre “bozal”, es decir, nacido en África y traído forzadamente al virreinato.

De él heredó el apellido Matamba, que no era un apellido en el sentido europeo, sino un topónimo africano: el nombre del histórico reino de Matamba, en la actual Angola, célebre por la resistencia de la reina Nzinga Mbande. Conservar ese nombre era una forma de anclarse a una memoria más antigua que la esclavitud. Y Ana María se negó rotundamente a perderlo.

Durante su vida en la hacienda Periquitos, Matamba fue esclavizada por Justo Layos, un comerciante de ganado. Allí tuvo al menos dos hijas. Como ocurría en muchas casas esclavistas, las personas negras formaban familias al margen del sistema legal, pues la ley no reconocía sus lazos. Los hijos de una mujer esclavizada eran automáticamente propiedad del amo, y las separaciones forzadas eran frecuentes.

Hacia 1775, Justo Layos otorgó la carta de manumisión a Ana María y a sus hijas. Como parte del acuerdo verbal, prometió entregarles un pequeño peculio: dos vacas, una parcela, una mula y un caldero de cobre. Sin embargo, al morir Layos, sus herederos se negaron a cumplir el acuerdo. Ana María, ya libre, se encontraba sin tierras, sin bienes, sin ingreso alguno. Le quedaba solo su nombre. Y decidió defenderlo.

En 1788, Ana María Matamba que sabía leer y escribir (algo inusual para una mujer esclavizada de la época), interpuso una demanda ante el escribano de Honda, exigiendo que se cumplieran los términos prometidos por Layos.

El escribano, al recibir el documento, tachó su firma —“Matamba”— y la sustituyó por “Layos”, como era costumbre imponer a los libertos el apellido del antiguo amo. Ana María se negó. Corrigió el folio y volvió a firmar “Matamba”. Interpuso un recurso de fe de erratas para que se respetara su nombre africano.

En 1789, el caso fue remitido al cabildo de Honda, que alegó no tener competencia para resolverlo y lo envió a la Real Audiencia de Santafé de Bogotá. En 1790, la Audiencia admitió el caso, pero lo condicionó a que Ana María firmara con el apellido “cristiano” o colonial. Ella volvió a negarse. En el folio 246v del expediente se encuentra su firma: “Matamba”, reafirmada con firmeza. Como castigo por esta “inobediencia”, en 1791 la Real Audiencia archivó el caso sin emitir una sentencia sobre el peculio.

En los años posteriores, algunos expedientes comenzaron a incluir la fórmula “con el apellido que proveyere”, una forma de dejar a criterio del firmante el apellido que deseaba usar. Esto no fue producto de una ley, sino de una práctica administrativa discrecional, aplicada en algunos juzgados y escribanías. Solo se les permitía a ciertas personas libertas —generalmente mayores, sin antecedentes judiciales y con buena reputación—.

Pero la mayoría de las personas afrodescendientes esclavizadas o libertas no sabían cuál era su apellido africano, o no se atrevían a usarlo por miedo a sanciones o por simple desconocimiento, y continuaban con el apellido del amo. Por eso el gesto de Matamba es extraordinario: ella sabía de dónde venía, sabía lo que significaba su apellido, y se negó a borrarlo.

Más que una ganancia material, Maria Matamba logró una victoria simbólica que persiste hasta hoy
porque retó al sistema de poder que los obligaba a borrar sus nombres y su identidad.
Y ese es el legado de dignidad que Maria Matamba nos ha dejado a todos como pueblos negros y afrodescendientes.

Durante todo el mes de julio celebramos la terquedad y valentía de Maria Matamba porque hizo que su apellido resistiera y no lo dejó desaparecer.

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